PAMPLONICAS NACIDOS EN LOS 80

04.10.2013 17:33

 

           Ya está aquí la versión Pamplona de ese e-mail que todos hemos recibido alguna vez sobre los nacidos en la gloriosa década de Naranjito, los goles de Maradona contra Inglaterra, la movida madrileña, el golpe de Estado frustrado de Tejero, Perico Delgado, Felipe González, las tetas de Sabrina y la boda del Orejas y Leididí.
 
            Hay cosas que hicimos los de nuestras generaciones de pamplonicas que nos marca, nos distingue, nos une y, en ocasiones, nos divide.
 
            Nos montamos en El Castillo del Terror cuando tan sólo costaba 100 pesetas el viaje, en la noria cuando sus chocolateras no estaban cerradas a cal y canto con verjas y corrimos el Torico de Fuego cuando esto se hacía con el riesgo añadido de que había aceras en la Estafeta, -os lo dice el que fuera el Julen Madina del evento-.     
 
            Paseamos por Carlos III cuando tenía árboles que daban sombra, pero había que hacerlo de la mano de nuestros padres  porque era una de las calles con más tráfico de la ciudad -junto con la que cruzaba las casas de Múgica, claro-.
 
         Fuimos de las generaciones que hacían bici – cross en los montículos que se formaron a raíz de las obras de la Longaniza -actual Calle Acella-. Y, cuando los convirtieron en el parque Yamaguchi, fuimos los primeros en utilizarlo para privar -porque por aquel entonces, hasta que no sacaron la más que acertada ley, en Pamplona nadie lo llamaba Botellón-. Y, tal vez no lo recordemos, pero en este solar hasta bien entrados los 80, existía la fábrica de Imenasa, la cual se ve que tenía un perro muy trabajador que dio lugar a la frase Meter más horas que el perro de Imenasa.
 
        Las palabras Osasuna – Real Madrid comenzaron a sonar en nuestros oídos a raíz de unos petardos lanzados a un tal Buyo, y de que los jugadores del Madriz se fueron al vestuario bajo las órdenes de un tal Míchel. A partir de este momento, estas palabras que tan raras nos sonaban serían parte de la letra de las canciones que cantaríamos en el autobús en las excursiones al monasterio de Leyre, al pantano de Yesa o al castillo de Javier:
 
-¡Buyo, capullo, queremos un hijo tuyo!
 
-Osasuna, no llores más por mí, que en el próximo partido ganaremos al Madrid. (Tonadilla de Oh, Susana…)
 
-Míchel, Míchel, Míchel maricóóóón…
 
-¡Chulo!¡Macarra!¡Fuera de Navarra! -No tiene nada que ver, pero me apetecía ponerla-.
 
            Todos estos hechos, tal vez influyeran en la decantación de la gran mayoría de nosotros -los pamplonicas de bien, al menos-, hacia el osasunismo y el anti-madridismo. Como consecuencia de todo esto, fuimos los últimos en ubicarnos en el Ángulo Infantiles de Graderío Sur para ver descender a Osasuna en 1994, a pesar de nuestros gritos de ánimo dirigidos por Chiquilín (D.E.P.) al compás de la txaranga de Marcilla.
 
            También es importante señalar que los niños de los 80, dábamos muestra de nuestro osasunismo bajando a jugar a fútbol a la calle con una equipación de Osasuna cutre, barata y de imitación, en cuya camiseta nuestras madres nos cosían un “7” a la espalda, convirtiéndonos así en el emblemático Jan Urban. ¿Habéis visto en los últimos diez años algún niño con una camiseta de fútbol que no sea la original?...si la camiseta es de Osasuna y no de otro equipo, nos podemos dar con un canto en los dientes.
 
            Fuimos los últimos en llegar a conocer las turbulentas noches de los Sábados de la parte vieja, con los nacionales en la misma Calle Jarauta. Claro está, que nada de esto nos quitaba las ganas de ir, pese a que en el Gau – Txori no nos dejaran entrar si no presentábamos un DNI que acreditara que teníamos 16 años…por suerte en el Viana, mientras pagaras, te ponían chupitos de Tequila aunque para tomártelos tuvieras que sacarte el chupete de la boca. La Sevillana de la Calle Mayor tampoco solía poner muchas pegas a que fueras con tacatá para venderte una botella de ¿licor? -la verdad es que por 500 pelas tampoco se podía pedir mucho-.
 
            Pocos años más tarde, nos convertimos en las últimas generaciones que conocieron y disfrutaron de la auténtica noche pamplonica llena de alternativas, ya saben, el Vaivén era Más y Más, Itaroa era el Límite -la Límite, para los lectores de la Ribera-, lo viejo cerraba a las 6h, San Juan tenía música, Marengo era para divorciadas -y demás maduritas con una vida sexual insatisfactoria-... ¿lo recuerdan? ¿Están a punto de llorar como lo estoy haciendo yo?
 
            Por no hablar de que tuvimos el privilegio de ser los últimos en disfrutar de las carpas pequeñas  de la UPNA cuando las montaban en el aparcamiento que hay frente al Sadar -los que no han llorado con el párrafo anterior supongo que lo harán ahora, y si no, es que no tienen corazón-.
 
            La última generación en batirse a vida o muerte con armas de rayos láser en un campo de batalla de luces de neón –alguno, años más tarde y fruto de la nostalgia de estas luces, acabaría por cogerle el gustillo a otro tipo de garitos con luces de neón-. En efecto, querido lector, estoy hablando del impresionante Q-Zar de Sancho el Fuerte y de su “Vuelva al re-energizador, vuelva al re-energizador, vuelva al r… FSSSUUIPP… ¡¡Re-energizado!!”.
 
            Y cómo no nombrarlo, somos la generación que aprendió a andar en bici al mismo tiempo que el Gran Miguel Induráin comenzó a ganar un Tour detrás de otro… ¿quién no se ha creído o sentido, de niño, el mismísimo Miguelón una tórrida mañana de Julio, esprintando para ganar una contrarreloj con sus amigos? ¿Quién iba a la piscina aquellas tardes antes de que terminara la etapa del Tour? Parecía que aquello duraría eternamente, hasta que, ironías del destino, perdió su inexpugnable maillot amarillo precisamente el año que le vimos en vivo terminar la etapa en la Avenida Pío XII. Para el recuerdo, siempre nos quedará el legado musical-popular que nos dejó, al igual que aquel Real Madrid:
 
-Induráin, Induráin, Induráááááááin…
 
-Miguel, Miguel, que tiene Miguel, que los americanos no pueden con él. 
 
            Y en la era de la descarga de películas gratis –mientras dure- por internet, hago otro llamamiento a echar mano del moquero al recordar los Cines Iturrama de la calle Íñigo Arista. Aquel era el eslabón entre los estrenos en los cines Golem de la Avenida Bayona –con sus espantosas colas que llegaban a ocupar todo el Pasaje de la Luna- y la cinta VHS. Un cine de los de antaño, con sus descansos a mitad de la película para que uno pudiera cambiar la cinta, y los demás ir a comprar más chuches con lo que te había sobrado tras pagar las 350pts. de la entrada. Imagine el querido lector lo legendario de estos cines, que nadie ha osado a profanarlos poniendo otro comercio en el local, conservándose a día de hoy el aspecto y la cartelera de su último fin de semana.  
 
            Y acostumbrados ya al Bonobus con chip y recargable del siglo XXI, echemos la vista atrás para no dejar pasar por alto aquel bonobus de cartón, alargado y con franjas verdes y blancas, las cuales eran cortadas por un “¡Clac!” en cada viaje.  
 
             Sin olvidar aquellos cumpleaños en el Tutti Pasta, con la inigualable e insustituible Doble Tutti -en nuestra memoria y en nuestros paladares sigues viva-,  aquellos partidos de los recreos en patios de brea -ahora en varios de los colegios han hecho pabellones-, aquellas hogueras de San Juan en el barrio del mismo nombre -ahora se bajan a San Jorge porque no hay descampados- o en el actual Yamaguchi y  las palmeras en el kiosko de la plaza San Francisco.
    

        Charly Azanza